Siempre queremos ser felices. De hecho, dicen las máximas de casi todas las religiones y corrientes espirituales que venimos a este mundo a ser felices pero a veces se siente que la felicidad no fue hecha para nosotras.
Nos pasan cosas que no nos gustan, se complican las que sí nos gustan y parece que todo el tiempo estamos “surfeando” entre un mar revuelto que nos quiere tirar. Cuando logramos dominar una ola, viene otra que nos revuelca peor que las anteriores… y así, vamos por la vida sintiendo que solo estamos aquí para fracasar.
Parece que cada día que vivimos es igual al anterior e incluso nos levantamos con pesar, creyendo que estamos aquí para pagar una sentencia de tristeza y malas experiencias, y si eso no fuera poco, nos cuestionamos ¿Por qué me pasa esto a mi?
Vemos a la gente en la calle ser feliz, sonreír, abrazar a los que aman y pensamos que eso no está hecho para nosotras. A nosotras nos toca sufrir y pasarla más… y así se nos va la vida.
Lo que nadie nos dijo es que la tristeza y la felicidad están hechas de momentos. La gente feliz no está exenta de tristezas, ni la gente triste deja de tener momentos felices. El problema es que pensamos que la felicidad es un absoluto: Simplemente creemos que tenemos que estar felices todo el tiempo.
Este pensamiento absolutista es una verdadera carga. La felicidad no puede ser así porque entonces no tendría ningún sentido que estuviéramos en este planeta. Tendríamos dominado el arte, la ciencia, la filosofía… ya no habría espacio para los cuestionamientos; sólo habría gente feliz o gente triste y el destino de cada individuo estaría sellado dependiendo del grupo que le hubiera tocado.
Pero gracias a Dios, no hay nada más falso que esto. La vida está hecha de ambos momentos: Felicidad y tristeza, amor y temor, subidas y bajadas.
A mi me gusta comparar la vida con un electrocardiograma: Tiene subidas y bajadas, algunas más pronunciadas que otras y tiene ligeros valles, pero cuando el electrocardiograma muestra una línea plana quiere decir que se acabó la vida. De la misma manera, nosotras pasamos por momentos altos y bajos. A veces después de un gran momento de dicha viene una tragedia o viceversa. Pero eso no tiene que ser malo, por el contrario… es parte de la vida.
Lo malo nos hace valorar los buenos momentos. Cuando estamos pasando por una situación complicada de inmediato nuestra mente viaja a mejores días y pensamos lo felices que éramos.
Hay una frase de la serie americana “The Office” que me encanta y que dice: “Ojalá hubiera una forma de saber que estás en los buenos viejos tiempos, antes de que los dejes atrás”. Así, creemos firmemente que lo que nos pasó antes era mucho mejor que lo que está por venir o por lo que estamos pasando. Pero la verdad es que justo esos “buenos viejos tiempos” nos ayudan a valorar lo que tenemos y la esperanza en el futuro nos debería dar impulso para pasar lo que hoy vivimos.
Nunca vamos a estar “todo el tiempo bien”, es imposible. La vida no es plana… recuerda, cuando es plana, ya no hay vida. Necesitamos tener buenos y malos momentos. Con los malos aprendemos de valor, resiliencia, coraje y desarrollamos nuestras habilidades en general, sobretodo las de supervivencia. Aunque se sienta como que estamos en un pozo sin fondo, eso va a pasar.
Las malas experiencias van y vienen. El problema es que creemos que no es así cuando pensamos que nunca saldremos de ellas y sin querer, empezamos a perpetuar nuestro estado de ánimo pesimista y de derrota. Nos auto-etiquetamos como “perdedoras”, “mala suerte” y muchos otros calificativos horrorosos cuando lo malo está pasando AFUERA y no adentro de nosotras mismas.
TODOS pasamos por situaciones tristes, todos tenemos un “negrito en el arroz” de nuestro pasado. Pero la gente que es feliz es la que tiene una actitud positiva y no absolutista sobre las situaciones que vive. La gente feliz es la gente que sabe que eso horrible que hoy está viviendo va a pasar. La gente que es feliz es la gente que logra ver la luz al final del túnel.
El título de este blog se lo robé a un buen amigo que acabo de conocer y con quien hice clic de inmediato. Por supuesto que no ha tenido una vida fácil, también ha tenido problemas y situaciones desagradables en su vida. Algunas fueron externas y otras internas. Lo importante es que él aprendió que la felicidad estaba en su actitud, en la manera en que enfrenta la vida y en la que la enfrentará a partir de hoy. Él es un hombre hecho y derecho pero tiene los ojos puestos en el futuro y sabe que todo lo que construya hoy, será positivo para mañana. A sus 49 años, se está redefiniendo y está dispuesto a dejar atrás lo que lo dañó (o lo que él creía que le había hecho daño).
No hay un momento ideal para decidir ver la vida de otra forma. No hay una epifanía para todos. Lo que sí hay es actitud… esas ganas de ver todo el tiempo “los buenos viejos tiempos” y hacerlos una constante, con sus subidas y bajadas.
Lo único que necesitas para ser feliz es actitud.
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