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"Lo único que estaba mal en mi, era la creencia de que había algo mal en mi" -Glennon Doyle-

En este mundo complejo y hermoso hemos perdido terriblemente la capacidad de conectarnos a través de la responsabilidad. Se nos hace muy fácil entregar nuestras vidas a los demás para que decidan por nosotras y después nos victimizamos porque las cosas no salen como queremos.

 

Sé que esta es una declaración muy peligrosa y muy drástica, pero estoy convencida de que es cierta. Cuando fuimos niñas no aprendimos a hacernos cargo de nosotras y tristemente como adultas, seguimos cediendo a otros la responsabilidad de nuestras vidas.

 

De pequeñas era entendible. Necesitábamos guía y protección, pero vivimos en una sociedad que no promueve que las mujeres se hagan dueñas de su vida. La premisa es buscar a “alguien” que se haga cargo de nosotras o bien, seguir en la casa paterna hasta nuestros últimos días, esperando que algún hermano, sobrino o cualquier alma caritativa nos ayude al final.

 

Esto suena del siglo pasado, pero la realidad no es así. Aún escuchamos historias de mujeres que estudian mientras se casan o trabajan mientras se casan aún cuando esta no sea una decisión propia sino más bien implantada desde pequeña en su mente. Y aunque afortunadamente, hay muchas que empiezan a tomar sus propias decisiones de vida rompiendo esquemas, es un tema que aún nos da mucho para hablar (y escribir).

 

Pero como siempre, el problema no es lo que ya pasó… las circunstancias pasadas ya no podemos cambiarlas y aunque es interesante conocerlas y entenderlas, de poco no sirve si no las usamos para cambiar. Así que, si bien la sociedad no ha contribuido en este proceso de toma de nuestra responsabilidad, hoy podemos hacer algo por ello.

 

En primer lugar, debemos entender que NADIE es responsable de nosotras: Nadie tiene la obligación de cuidarnos, de hacernos felices, de darnos valor. Ni los propios hijos. 

 

Ver a la maternidad como una fuente de cuidados futuros es egoísta y limitante. La maternidad implica trascender, crear y no domesticar. Tener hijos es DAR al universo una parte de nosotras, lo cual es completamente contrario a querer retener a esos hijos a la fuerza para que actúen como deseamos o nos cuiden en la vejez. Los hijos tienen que seguir su camino y será decisión de ellos querer cuidar a sus padres en la ancianidad o en la enfermedad. No se trata de pagar una cuenta o una factura por haberlos traído al mundo. 

 

Si habemos mujeres que nos sentimos realizadas con la maternidad pero eso no implica que los hijos nos “tengan que cuidar”, es más ni siquiera que nos tengan que agradecer. Cada quien debe hacer responsable de su vida hasta el último minuto.

 

Tampoco es responsabilidad de nuestra pareja. Cuando elegimos a la persona con la que queremos involucrarnos emocionalmente, en automático la hacemos responsable de nuestra felicidad. Le colgamos el grillete de nuestra dicha y de nuestra estabilidad. Si esa persona “falla” entonces nos derrumbamos.

 

Pongo entre comillas “falla” porque asumimos que esa persona tiene que cumplir con nuestras exigencias y expectativas a pie juntillas y si se desvía de estas aunque sea en un mínimo, enloquecemos.

 

La gente ama de maneras diferentes, expresa su amor de maneras diferentes y si a veces no nos parecemos a las personas con las que nos criamos ¿Cómo esperamos que un desconocido tenga que saber exactamente lo que pensamos, sentimos y esperamos de él? Creemos en contratos donde la otra persona debe ajustarse milimétricamente a lo que desesperadamente deseamos y si no es así, sufrimos y le reprochamos.

 

¿Por qué somos tan irresponsables con nuestra propia felicidad? Si realmente nos interesa ser felices para empezar, le quitaremos a todos los que nos rodean la condena de cargar con nosotras. Dejaríamos que nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres y nuestros hermanos vivieran a su manera, sin juicios y sin expectativas.

 

Mi vida es mi responsabilidad, de nadie más.

 

Nuestra felicidad debe depender de mi, de lo que yo hago y procuro para mi misma, de los pasos que doy en pos de mis metas, de los cambios que hago para mejorar y de los logros que tengo; pero no debe depender de lo que los demás deciden o hacen.

 

Y parte muy importante de esa responsabilidad es también trabajar en mi propio valor, es decir, en la percepción que yo tengo de mi… no los demás. ¿Qué es lo que estoy esperando de mí misma? ¿Qué es lo que quiero lograr? ¿Cómo me siento con quien soy en este momento?

 

No importa las etiquetas que se nos pongan en el exterior… a nadie debería importarnos si los demás nos catalogan como “buenas o malas”. Lo que realmente importa es cómo me siento conmigo misma. Si estoy satisfecha conmigo y con lo que hago.

 

La forma en que cada una de nosotras tomemos responsabilidad sobre nosotras nos traerá más paz, más felicidad y también más salud porque hacernos responsables de nuestros actos es una demostración de amor propio. 

 

Afortunadamente somos una generación de mujeres que por fin puede decidir cómo va a ocupar sus días sin tener que repetir el patrón que se le impuso a nuestras madres, abuelas y bisabuelas. Hoy podemos decir si queremos casarnos, estudiar, tener hijos, viajar, lo que ellas no pudieron hacer. Por favor, no lo desperdicies!!!

 

No importa lo que pase en el exterior, si cada una de nosotras decide de manera consciente hacerse responsable de su propia felicidad este mundo va a ser un lugar mucho mejor para todos.



 

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