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"Lo único que estaba mal en mi, era la creencia de que había algo mal en mi" -Glennon Doyle-

Muchas veces caminamos una senda que no nos gusta, nos sentimos agotadas, enojadas, frustradas, tristes. Pensamos que es injusto pero no nos detenemos a pensar para qué estamos en ese camino.

 

 

Por generaciones, se nos han enseñado dos caminos: El más viejo nos dice que debemos aceptar con abnegada resignación todo lo que nos pasa y sacrificarnos incluso ante las circunstancias, estamos predeterminadas o destinadas a vivir momentos tristes o terribles por una voluntad ajena, incluso se nos dice que “estamos pagando algo”. La segunda postura nos enseñó a renegar de lo que vivimos y pelear con la realidad.

 

Es como si sólo tuviéramos dos opciones: Pelear o resignarnos a lo que el destino haya decidido escribir para nosotras. Como si no existieran más posibilidades.

 

Lo que se nos olvida muchas veces es que estos conflictos, problemas, procesos o la palabra que elijas para describirlos tienen una gran enseñanza por sí mismos, y es la capacidad de traernos al momento presente.

 

Cuando tenemos un problema o vivimos una situación desagradable, tenemos que echar mano de muchos recursos para resolverla o, al menos, para surfearla en lo que sabemos cuál es la solución de la misma. Así que nuestra atención total se va a ese sitio, pensamos todo el tiempo en el tema, en sus causas, en sus posibles consecuencias y tratamos de verlo desde diferentes puntos de vista. Incluso pedimos opinión a terceros para solucionar la situación.

 

Toda nuestra energía está en resolver.

 

Pero hay veces en que las situaciones no tienen solución. Por más que hagamos, por más consejos que pidamos, no hay manera de resolver y entonces tenemos que elegir entre la resignación y el vivir peleadas con la situación.

 

Pero… ¿qué pasaría si simplemente aceptamos que las cosas son como son?

 

Aceptar es muy diferente a resignarse. Cuando nos resignamos tomamos una postura de víctima, donde las cosas están pasando con la intención de molestarnos o de hacernos daños. Resignarse tiene que ver con una mentalidad de carencia… es decir, como ya no podemos alcanzar otra realidad diferente a la que estamos viviendo, como no nos queda de otra, entonces nos rendimos a luchar. Nuestra mente carente piensa que lo que vivimos es absoluto… que no hay manera de cambiarlo y se conforma con lo que le toca: las  migajas de un universo que no parece ser sino limitado y justo.

 

La resignación es un estado de carencia y la carencia es lo que nos guía hacia situaciones de víctima.

 

Y sí, se (porque lo he vivido), que hay situaciones que no podemos arreglar, en las que todo parece perdido y hagamos lo que hagamos, no saldremos bien libradas de la situación. La pérdida es tan grande que nos agobia y nos paraliza. Y entonces nos enojamos y gritamos lo injusta que es la situación y nos amargamos porque no podemos cambiarla… o nos resignamos en plan de víctima preguntando sin parar “por qué me pasa a mi?”.

 

Sin embargo hay un camino mejor y más sano para enfrentar las situaciones que no podemos cambiar y es el de la aceptación.

 

Cuando aceptamos las cosas como son, nuestra perspectiva cambia de manera extraordinaria porque somos capaces de ver muchas cosas que están embebidas en los acontecimientos del día a día.

 

Primero que nada, vemos la belleza del aprendizaje. Ya sea que haya muerto alguien, que se acabe una relación, que se vaya un hijo, que perdamos el trabajo… la experiencia que se te ocurra o que estés viviendo, siempre hay algo que aprender de ello: ¡Siempre!. Puede ser algo como el respeto, la tolerancia, el desapego, el amor propio… la lección viene disfrazada de muchas cosas y no siempre es fácil identificar cuál es esta… pero una vez que la descubres, tu vida cambia de manera impresionante.

 

Todo lo que nos pasa tiene un propósito, todo. Y ese propósito es crecer a través de la adversidad y de las pruebas. Como en la escuela, para pasar el grado tienes que resolver un examen, así también en la vida, tendrás que pasar por situaciones que te llevarán a “probar” tu valor y tus conocimientos, pero si solo las ves como un camino al crecimiento, te aseguro que será más fácil.

 

En segundo lugar, al aceptar, también descubrimos la belleza de la gratitud. Si entiendes que habrá un aprendizaje al final de cada situación que vives, también podrás agradecer. Ya te había comentado en algún otro post que para mi eso de llamar a las personas que te causan daño “maestros” me resultaba muy complicado pero hoy en día he ido cambiando mi enfoque a llamar a la situación en si misma mi maestra y no a las personas que pudieran estar involucradas y ¿qué crees? el descubrimiento ha sido inmenso… por un lado, quitas las caras de las situaciones y con ello se elimina la culpa y los señalamientos (incluyendo los que me hacía a mi misma) y segundo, puedo agradecer la oportunidad de demostrar mi valor.

 

Créeme, vale mucho la pena.

 

Y en tercer lugar, cuando aceptamos, vemos la belleza de la vida como tal. La vida es un continuo de subidas y bajadas, una vida estática y sin movimiento, siempre plena, no representa una oportunidad de crecimiento para nadie. La vida tiene que retarte pero en su momento también tiene que recompensarte y para que la recompensa se sienta como tal, el reto debe ser grande.

 

No hay una sola persona de esas que nos inspiran que no hayan pasado por situaciones terribles y adversas. Puede ser que admiremos (o envidiemos) a quien siempre lo ha tenido todo; pero la gente que de verdad te hace sentir inspirada, que saca lo mejor de ti y que te interesa hacer algo por el mundo y todos los seres que lo habitamos, es sin duda alguna gente que ha tenido malos momentos: ejemplos hay muchos.

 

Las historias que más nos motivan, la gente que más nos inspira simplemente aceptó que su vida era de cierta forma pero no se quedó como víctima lamiéndose las heridas; sino que dio pasos firmes para cambiarla, sin pelearse con la situación. Cuando nos hacemos víctimas o nos peleamos perdemos energía que es muy valiosa y que podría movernos de donde estamos en ese momento… No se trata de paralizarnos, la aceptación nos da perspectiva, nos quita los juicios de lo que vivimos y nos permite mejorar.

 

De eso se trata, de aceptar que las cosas son de cierta forma y trascenderlas. Lo que es, es, pero lo que viene puede ser mucho mejor.

 

 

 

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