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"Lo único que estaba mal en mi, era la creencia de que había algo mal en mi" -Glennon Doyle-

Mucho se habla de perdonar y de soltar, pero la verdad no hay nada en el mundo tan difícil como eso!

 

Pensamos que perdonar es olvidar o permitir que el daño que se nos hizo se pueda repetir, o que es una justificación a las acciones de otra persona, pero eso no tienen nada que ver con el perdón. Perdonar no implica que se abandone la idea de perseguir la justicia cuando el daño es muy grande o de “dejar pasar” las cosas.

 

También pensamos que el perdón está diseñado para que la persona a la que se lo otorgamos se “libere”, por así decirlo, de su responsabilidad ante sus palabras o sus acciones, pero tampoco eso es el verdadero perdón.

 

Perdonar tiene más que ver con uno mismo y con nuestras propias emociones. 

 

Cuando no perdonas, no das flujo libre a tus emociones. Digamos que es como una presa de agua en la que ya no circula la misma; el agua se empieza a estancar y empieza a oler mal y a llenarse de bichos… tus sentimientos y emociones también se estancan y pueden llegar a provocarte enfermedades del cuerpo y del alma.

 

Perdonar es una declaración de libertad. Cuando personas tú “abres la presa” y el agua de tus emociones y sentimientos empieza a moverse en un sentido positivo. Cuando estos se mueven, los puedes trabajar y canalizar de una forma que sea benéfica para ti. Siguiendo la analogía del agua, la tierra que es tocada por esta agua en movimiento se vuelve fértil y da frutos.

 

Pero, ¿Por qué pensamos que al perdonar vamos a permitir que la otra persona nos siga dañando? Pensamos esto porque nuestra visión siempre está en función del exterior y muy pocas en función del interior. Es decir, nos importa más lo que piensen los demás que lo que nosotras pensemos de las circunstancias.

 

Pensar que perdonar libera al otro es porque le estamos otorgando todo el poder sobre nosotras, es decir, hacemos a la otra persona responsable de nuestra felicidad, de nuestros logros y de nuestros avances o bien, de todo lo contrario: de nuestra desdicha, de nuestros tropiezos y de nuestras desgracias y no hay nada más equivocado que esto.

 

Cada una de nosotras decide darle poder a los demás. Si las acciones de la otra persona te dañan es porque le estás dando permiso de que  te dañen; ya sea no poniendo límites o no dándole el valor correspondiente a tus propias decisiones, habilidades, valores y sentimientos.

 

Cuando le otorgas (consciente o inconscientemente) el poder a la otra persona, el perdón se vuelve una actividad inútil porque la otra persona no necesita que se le perdone ya que tú misma le di permiso de actuar en tu contra, aunque no te hayas dado cuenta de que así fue.

 

Pero cuando te haces  responsable de tus decisiones, el perdón no solo limpia el daño, sino que a ti te da la posibilidad de sentirte liberada de ese lazo negativo ya que no hay nada que te vincule con esa persona o con sus acciones. Además elimina toda la deuda kármica que se pudiera acumular al buscar un ajuste de cuentas con esa persona.

 

Hacerte responsable implica también ser consciente de tu valor y saber que, pese a los intentos de daño de alguien más, tu esencia permanece intacta.

 

Perdonar es romper el lazo con el daño y con el dolor.  Es decidir enfocar tu energía en algo realmente productivo como lo es tu propio crecimiento personal y dejar que el pasado ajuste cuentas con los demás, pero sin intervenir, dejar que el universo cobre las facturas que tiene que cobrar con cada uno de nosotros.

 

No perdonar es como recibir una factura y decidir no pagarla y esconderla en el cajón… al siguiente mes, esa factura va a regresar con un cargo extra y con recargos e intereses… si la vuelves a esconder, al tercer mes regresará y así sucesivamente.

 

Por eso es que también perdonarse a una misma es importante. Cuando tú te perdonas por haber permitido el daño, por no respetar tus límites, por no valorarte o por la razón que sea, permites dejar todo eso en el pasado y construir desde cero, no desde una deuda que no has terminado de pagar. Es decir, sacas la factura que tienes contigo, la pagas al reconocer lo que hiciste o dejaste de hacer y lo sueltas (pero lo sueltas en serio) y a partir de ello, empiezas una nueva relación contigo misma.

 

Por eso es que perdonar es una declaración de libertad; perdonar es la posibilidad de crecer y el puente hacia una vida llena de paz, enfocada y con tu energía realmente canalizada en lo positivo y no en lo que ya pasó.



 

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