divorciHADAS

"Lo único que estaba mal en mi, era la creencia de que había algo mal en mi" -Glennon Doyle-

Como mujeres creemos que podemos con todo, tenemos el síndrome de la súper mujer… nos llenamos de actividades, de roles, de exigencias queriendo cumplir con ellas a pie juntillas y salir triunfadora de cada una de estas situaciones.

 

Empiezas a cargarte de actividades y un día de repente, explotas porque estás hasta el tope de actividades entre las cuales, muchas de ellas no te aportan absolutamente nada, solo porque no sabes decir que no…

 

La verdad es que nadie nos pide hacer todas esas cosas, muchas veces somos nosotras mismas las que necesitamos hacerlas para demostrar algo… y eso es realmente muy peligroso. Depositamos nuestra valía en la cantidad de cosas que podemos hacer, la cantidad de gente que podemos ayudar, la disposición que mostramos para los demás, pero pocas veces, nos damos el tiempo para hacer algo por nosotras mismas.

 

Es muy común que digamos “es que si yo no lo hago, nadie más lo va a hacer” y entonces pasamos la vida cumpliendo compromisos que en realidad nadie nos pidió cumplir y que, en honor a la verdad, alguien más terminará haciendo si nosotras no lo hacemos.

 

Esta necesidad de hacer y hacer, habla muchísimo de la desconexión  que tenemos con nuestras propias necesidades y de la falta de límites no hemos establecido con los demás pero, lo que es más grave, con nosotras mismas… no nos ponemos límites. Permitimos que la gente pase literalmente encima de nosotras con tal de no quedar mal.

 

Es como si entre más hiciéramos, más podríamos recibir de los demás, pero terminamos dándonos cuenta que los demás no valoran esta cantidad de cosas porque, para empezar, NADIE nos lo pidió.

 

Yo se que al leer esto recordarás algún momento en tu vida o en la de alguien cercana en la que la frase más devastadora sale a la luz, y generalmente la dice alguien a quien amas mucho: “Es que yo no te pedí que hicieras eso por mi, lo hiciste porque quisiste”... y ¡ZAS! Sientes como si cien caballos salvajes te patearan el hígado y el estómago uno a uno… y tu respuesta (o la de tu amiga) suele ser algo como “Lo hice porque te quiero” o “Así se demuestra el amor, con hechos y no con palabras”; pero ¿Qué crees?...

 

Efectivamente, a veces NADIE te lo pidió… nadie te pidió que amaras aún sobre las expectativas de la otra persona, ni te pidieron que dejaras de hacer tu vida para complacer, ni tampoco te ordenaron renunciar a tu persona, a tus gustos y a muchas otras cosas.

 

Entiendo que hay casos extremos en que si pasa, pero la mayoría de las veces somos nosotras las que empezamos a tomar esas decisiones buscando la aprobación, cuando la verdad es que NO la necesitamos. Somos totalmente dignas de amor aún cuando no le hagamos los pagos a la otra persona o no le recordemos que es el cumpleaños de su mamá y nos encarguemos de comprar el pastel, el regalo y organizar la fiesta. No necesitamos hacernos cargo de todo para ser dignas de amar.

 

Es más, me atrevería a afirmar que entre menos te metas en los asuntos de la otra persona, es la forma en que las relaciones se empiezan a solidificar porque hay respeto sobre los espacios personales y sobre la libertad de otro… no sofocamos a nuestra pareja con nuestra presencia permanente y además, no nos sofocamos nosotras mismas con millones de actividades que nos estresan, nos cansan y nos drenan toda la energía.

 

Al dejar este espacio de libertad y establecer los muy mentados límites para los demás y para ti misma, empiezas a valorar otras cosas como tus propios tiempos. Yo se que no es fácil vivir en soledad, pero cuando tomas esos minutos sola para ti misma, para conocerte, para tomarte tu tiempo e ir identificando lo que te gusta y lo que no, no hay manera de que lo odies… estar sola es una experiencia maravillosa porque eres la persona que va a estar contigo hasta el último de tus respiros, así que más vale que te empieces a llevar bien contigo misma.

 

Tomar tus minutos para ti es refrescante y nutre tu alma, te da espacios de silencio para analizar y entender todo lo que pasa dentro de ti; lo que te gusta y lo que no te gusta, lo que quieres para tu vida, lo que no necesitas en ella y muchas otras cosas más.

 

Pero cuando no puedes darte esos tiempos, entonces caes en esta necesidad de estar rodeada siempre de personas y te cargas de actividades que como ya platicamos, NADIE te pidió que hicieras.

 

Aunque suene a frase trillada, tú vales por quien eres, no por lo que haces. Tu valor es algo que no tienes que demostrar, es algo inherente a tu alma y a tu espíritu y te lo ganaste solo por el hecho de nacer. No tienes que demostrar nada a nadie. No tienes que llenarte de actividades para que los demás digan “Qué buena eres”, “Mira que linda, siempre tan dispuesta”... porque puede llegar el momento en que también digan “Déjaselo a (inserta aquí tu nombre), total ella siempre dice que sí” y entonces dejas de ser una persona para convertirte en un objeto funcional porque si alguien pide café, te conviertes en una cafetera; si alguien necesita un disfraz, te conviertes en una costurera; si alguien necesita lavar los trastes, te conviertes en su mucama y si alguien necesita sexo, te conviertes en una persona para tener sexo y nada más…

 

Puede que suene exagerado, pero tú sabes bien que no es así. Deja de hacer cosas que nadie te pide y dale prioridad a lo que tu alma y tu corazón necesitan y nada más. Si alguien te pide ayuda, entonces extiende tu mano; si alguien necesita que te sumes a una causa social, hazlo… el mundo necesita ayuda, pero que esto sea porque tu alma así lo pide, no porque con ello vas a agradar a alguien más. Si eres altruista que sea desde el fondo de tu alma y  no para que los demás te notes.

 

Si las personas no te piden nada, no te conviertas en la máquina de resolver cosas o de dar regalos. Mantente como tu prioridad y haz todas esas cosas por ti primero, llena tu corazón primero y después tendrás para dar a manos llenas, pero que nunca sea a costa de vaciarte para satisfacer a los demás. Se tu mejor versión siempre, pero no seas una súper mujer (esas déjalas para la ficción)



 

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