Si hace tres años me hubieran preguntado quién soy, habría contestado con una lista de estereotipos, porque era más fácil definirme así.
Podría haber dicho que soy una godínez (oficinista para quienes no son de México). Pero aparte, soy una godín orgullosa de esas que se levantan temprano para ir a una oficina del otro lado de la ciudad con sus tuppers de comida y un cambio de zapatos en el coche. Godín de compritas por catálogo y de las que se truenan los dedos al final de cada quincena.
Se lo que es perder muchos trabajos… muchos trabajos en serio. He ido a tantas entrevistas que ya contesto los psicométricos de memoria y justo esta inestabilidad laboral me llevó a empezar a buscar alternativas antiboicot personal. Ahora valoro la estabilidad más que antes, pero tampoco me da miedo el cambio en este sentido.
También soy la clásica hija sándwich; esa que a veces pasa desapercibida y tiene que abrirse camino entre dos parámetros de comparación familiar bastante claros: El siempre perfecto hijo mayor de calificaciones altísimas y la desvalida hija menor a la que hay que cuidar porque es la chiquita. La hija que siempre se sienta en el asiento del centro del auto con un tope en medio de las piernas y viendo el paisaje solamente al frente.
Aunque con todo, ser la hija de en medio tiene más ventajas que desventajas porque explica fácilmente la rara relación familiar con el argumento de la oveja negra.
La relación con mis papás no era mala pero mejoró con el tiempo. Quizás desde que me salí de casa. No puedo decir que mi mamá es mi mejor amiga como dice mucha gente pero está bien así, prefiero que sea mi mamá. Y con mi papá es otra cosa, es mi héroe, mi inspiración, mi apoyo. Me encanta recargarme en su panza enorme y sentirme apapachada. Sé que ambos me han contado cosas personales que no saben mis hermanos, quizás porque saben que de mi parte no hay juicios y ese es mi mayor regalo.
También soy una nerd… antes de que Big Bang Theory los pusiera de moda yo lo era, sólo que al ser una chica era complicado compartir estos gustos con mis amigas de la secundaria o de la preparatoria. Soy fan de la cultura pop, del Señor de los Anillos, Star Wars, Harry Potter, Marvel y todo eso. Colecciono juguetes, películas, camisetas y cuanta cosa puedo. Porque, aunque sea una señora, tengo la oportunidad de vivir en mi cabeza aventuras increíbles como cuando fui con mi familia al Santuario de las mariposas monarcas y yo me sentía un ewok explorando la luna de Endor.
También soy mamá soltera, luchona, guerrera, 4x4 todo terreno. Feliz de entender que la maternidad (o la paternidad, según sea el caso) no tiene que ir de la mando de una pareja. Feliz de demostrarme que no estoy tan rota como creía y que puedo criar a mis dos fieras sola sin miedo de que heredaran mis conflictos.
De hecho, la vida me regresó a través de ellos la oportunidad de “estudiar” lo que no pude cuando era joven, porque mi hijo eligió Literatura y mi hija Psicología que fueron mis primeras opciones a las que se opuso parte de la familia, pero esa historia se cuenta aparte.
También se podría decir que soy paria… o no sé bien cual sea la palabra para describir esa sensación que siempre me acompañó de no encajar en ningún lado: Muy blanca para mi país, muy “rica” para mi primaria oficial, muy “pobre” para mi prepa privada, muy hogareña en mis años de fiesta y muy fiestera cuando ya tenía que cuidar hijos… Siempre confundida, siempre buscando, siempre esperando.
Hay pocos lugares en los que me llegué a sentir alguna vez que pertenecía y usualmente eran los que me alejaban de casa. Uno de ellos fue cuando entré a trabajar y me sentí por fin productiva. Eso también lo siento en mis libros o en mi posición favorita que es estar sentada en una cama, ya sea leyendo, preparándome para dormir, comiendo a veces, escribiendo o después de una sesión de artes amatorias. Ese es mi lugar seguro, la cueva de la paria…
Otra cosa que puedo decir de mi es que soy divorciada y que también caigo en el estereotipo. Citando a una de mis mejores amigas creo que es el estado civil ideal de la mujer, sobre todo cuando vives un matrimonio que te resquebraja, que te sofoca, que abusa de ti emocional y espiritualmente. Gracias a mi divorcio descubrí no sólo lo maravilloso que es mi estereotipo de madre soltera.
También descubrí mi misión de vida, ya que después de gastar ocho años de mi vida odiando a mi ex y buscando creativas formas de joderle la vida (lo siento, sí, sí lo hice), desperté y me di cuenta que podía ayudar a otras mujeres a no hacer lo mismo que yo: a dejar de vivir en el pasado y enfocarme más en el hoy y en el futuro, a perdonarme y a canalizar toda mi energía en algo realmente productivo. Emprendí un proyecto para mantenerme en este camino que es una pequeña comunidad en facebook que ha crecido mucho más allá de mis expectativas iniciales, me certifiqué como coach de vida y me di cuenta que mis estereotipos podían convivir sin lastimarse y sin tener que competir.
Así que extendí mis alas y nació “divorciHADAS”.
Soy buena amiga, pero no de esas que te acompañan a la fiesta, que te marcan cada 15 minutos o que te tienen que ver cada semana. No, soy la amiga a la que le llamas cuando tienes un problema y te va a ayudar a resolverlo. No importan las circunstancias, vas a contar conmigo siempre.
Soy dulce pero cabrona, pues. No digo palabras bonitas; de hecho, mi hija dice que cuando alguien me cae bien lo mando a comer caca. Así que si algún día se los digo, siéntanse muy importantes.
Finalmente, soy lectora ávida y escritora de closet. Leer y escribir son mi pasaje a otros lugares cuando cualquiera de mis estereotipos se siente abrumado.
Leer sobre desarrollo humano, sobre la vida, sobre la gente, sobre cómo funciona nuestra cabeza, nuestra alma y nuestro espíritu me llena y me fascina. No sé si se note en mi crecimiento personal pero cada vez que termino un libro siento como una pequeña gota de océano entrara en mi cabeza con la esperanza de que llene mi ser que alguna vez se sintió tan vacío. No sé hasta qué nivel ha subido el agua pero sé que cada gota suma y cuenta.
Escribir es mi catarsis: Si estoy triste es mi desahogo, si estoy feliz es mi derroche. En diarios, libretas, en hojas sueltas, en post-its, en recibos viejos… siempre a mano para sentirlo más mío; tomando notas de cursos, lecturas y hasta las minutas de las juntas de trabajo o los textos para los materiales que se les mandan a los clientes de la empresa para la que trabajo, no podría dejar de escribir.
Tengo dos novelas escondidas, un libro para mi comunidad a medias, doce textos para un podcast próximo a salir, esta biografía: Escribir es mi vida. Ojalá tuviera la imaginación de García Márquez de mi alma, la elocuencia de Brené Brown, o el talento para crear mundos ficticios de Tolkien o de George Martin, pero como dije al principio… Lo mío es lo cotidiano, lo que es más “normal”.
Pero si hoy me preguntan quién soy, la respuesta es aún más sencilla que todos mis estereotipos… es mucho más honesta: Soy Paty y estoy aprendiendo a amarme y a amar.