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"Lo único que estaba mal en mi, era la creencia de que había algo mal en mi" -Glennon Doyle-


Seguramente habrás escuchado o leído sobre las fantásticas que son las Afirmaciones. Y si, la realidad es que cada vez que somos capaces de poner en palabras lo que queremos para nuestra vida es mucho más fácil manifestarlo.

 

Así hemos empezado a decirnos cosas hermosas como “Soy merecedora”, “Tengo todo lo que necesito y soy próspera”, “El Universo me sostiene y no estoy sola”, entre muchas otras que seguro son mejores que estas que uso de ejemplo. Lo que nadie nos dice de las afirmaciones es que dependen también de nuestra intención y de nuestras emociones.

 

A mucha gente no les funcionan las afirmaciones porque se dedican a repetir sin parar frases y palabras que en realidad no están interiorizando; solo hay que ver cuánta de la gente que hace estos procesos en realidad ven resultados… muy pocas. Y no, no estoy en contra de las afirmaciones, al contrario. 

 

Afirmar tiene un gran poder: el poder de la palabra es impresionante. La palabra escrita y hablada es realmente lo que nos separa a los humanos de otras especies y lo que nos hizo evolucionar… pero el problema es que lo tomamos tan a la ligera que no sabemos el arma tan genial que tenemos en las manos y la usamos muy por encima.

 

Para que una afirmación realmente haga su trabajo tiene que decirse y SENTIRSE, es importante que para que la afirmación manifieste lo que dice, tú pongas en ello todo tu corazón, tu mente, tu espíritu, tu gratitud y vivas realmente lo que dices… de otra forma no tendrás resultados.

 

¿Y qué tiene que ver todo esto con el título del blog? Bueno, así como afirmamos cosas positivas, también y normalmente de manera inconsciente, afirmamos cosas negativas. Es más, me atrevo a asegurar que la mayoría de nuestras afirmaciones son  de esta cualidad. Entonces surge un conflicto, puedo decir con toda mi voz que soy abundante, pero lo que siente mi cuerpo y mi mente (muy en el fondo) es que estoy arruinada y en números rojos, y por lo tanto lo que manifestaré será ruina y números rojos.

 

Cuando nosotros clamamos por la salud porque nos encontramos en una situación de enfermedad, podemos gritar al mundo que somos la “salud perfecta” a través de nuestras afirmaciones pero si nos describimos y nos sentimos como la enfermedad entonces lo que tendremos como resultado es justamente la enfermedad.

 

Es muy difícil separar el hecho de tener una enfermedad a ser la enfermedad… Mucha gente recibe un diagnóstico y con ello una etiqueta de por vida, parece que el hecho de tener una enfermedad (sin importar la gravedad de ella) te cambie la vida y te haga automáticamente tener una sentencia.

 

Hemos visto muchos casos milagrosos de gente que se cura de enfermedades terminales y la mayoría de ellos coincide en que nunca sintieron que la enfermedad eran ellos, o no dejaron que la enfermedad se adueñara de sus vidas. Ahí está la clave.

 

Si tú estás en una desafortunada situación donde hay un diagnóstico médico con un resultado poco favorecedor o no esperado, tienes que saber dos cosas: PRIMERO: Tú no eres la enfermedad, no importa cuál sea esta, no hay manera de que el ser humano perfecto que ya eres cambie de un día para otro porque la ciencia te puso una etiqueta y SEGUNDO: No hay nada escrito y por terrible que suene lo que te dijo el médico siempre, siempre, siempre hay esperanza.

 

Las sentencias de muerte empiezan en nuestra propia cabeza y sufrimos porque estamos pensando todo el tiempo en que el peor escenario va a suceder… y entonces, lo atraemos. Perdemos tiempo, energía y nos perdemos nosotras mismas en un mar de contradicciones porque ahí no importa el número de afirmaciones que repitamos como loritos, no estamos sintiendo la felicidad de la salud, ni nos relajamos, ni dejamos a nuestro cuerpo que empiece a sanar.

 

Cuando nos “convertimos” en nuestras dolencias, les damos poder… así como cuando nos asociamos con la enfermedad. Decir “soy una persona enferma” nos convierte en eso… en una persona enferma; para el universo no es lo mismo que digas “soy diabética” a decir “tengo diabetes” porque en el primer caso, la enfermedad se convierte en parte de tu identidad, mientras que en el segundo es algo que de momento tienes, pero que también se te puede quitar.

 

Cómo ves, la forma en que nos referimos a nuestra salud es importante. Lo que queremos es no generar lazos con esa circunstancia particular que estamos viviendo para que también se pueda ir. Pero es aún más importante cómo nos sentimos frente a ese diagnóstico… Lo que tenemos que entender es que, independientemente de a dónde nos lleve el resultado, lo que nos pasa es una situación perfecta para nuestro crecimiento y sanación espiritual.

 

Cuerpos enfermos es una cosa, pero las mentes enfermas son muchas veces peores… vibran bajo y con ello, atraen cosas negativas y también contagian al ambiente que los rodea de ese mismo sentir… contaminan y no dejan que el cuerpo sane. Y si no es el destino del cuerpo sanar, lo que hace una mente enferma es que no permite ver el aprendizaje que hay detrás de una enfermedad.

 

Todo pasa por una razón, todo tiene lecciones ocultas. No hay nada aleatorio en este mundo y la finalidad última de cualquier situación que vives es que seas feliz, que evoluciones y que compartas esa felicidad. Las enfermedades son quizás de las pruebas más difíciles pero también las que nos traen más recompensas, así que deja de sentir que has sido sentenciada a la peor pena y ábrete a la posibilidad de aprender algo de lo que estás viviendo; estoy segura de que cuando encuentres la lección podrás sanar tu espíritu y quizás también tu cuerpo.


 

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